—¡El
ojo! ¡El ojo! —gritó
Mosquera, y concretó—-: ¡Se le ha caído el ojo!
Entonces todos dirigimos nuestras miradas al suelo y
empezamos a rastrear el patio. Me olvidé del golpe recibido (aunque aún me
picaba la nuca) y comencé a actuar. El ojo de cristal de Velázquez no aparecía.
Estábamos tan ensimismados en la tarea que ni nos preocupamos por Velázquez. Incluso
El Charli se puso a buscar.
—¿Qué
ojo?—había
preguntado. Colón le dio las explicaciones oportunas—.¡No
me jodas!—dijo
poniéndose a cuatro patas.
De repente, levanté la vista del suelo y vi a Velázquez
mirándonos con un gesto de extrañeza. El ojo ceniza estaba en su sitio.
—¿Qué
hacéis?—me
preguntó.
Yo no sabía qué contestar. Miré a mi alrededor y sólo vi
gente tirada por el suelo. Velázquez movió los hombros hacia arriba y volvió a
preguntar, ahora a todos:
—¿Eh?
¿Qué buscáis? ¿Puedo ayudaros?
Rodero suspendió la batida, alzó la vista y exclamó:
—¡Lo
tiene en la cara! ¡Tiene el ojo en la cara!
Y se escuchó la risa de Velázquez. Sí, para sorpresa
nuestra, estaba riéndose a carcajadas.
El regate
cola de vaca, de Rafael González.
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