Follar nunca había fallado
en nuestra relación. Fue el banderín de enganche en esa guerra amorosa entre
dos potencias contrarias que es siempre el amor. No firmamos papeles definidos
en la cama, ni teníamos conciencia de los momentos o los límites. Ni fatiga. El
apetito sexual nos hizo ligue de una noche, amantes de verano, pareja inglesa
estable. Luego vino el amor, distinto en cada uno de nosotros. Y el amor no
acabó con las ganas de follar, que ya es raro. Hasta que se interpuso la ley
seca ayurvédica. Mi gatillazo tuvo
aquella noche el efecto de una bomba letal y retardada.
El
peluquero de verdad, uno de los relatos que aparecen en Con tal de no morir, de Vicente Molina
Foix.
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