Un nuevo personaje había
aparecido en la localidad: una señora con un perrito. Dmitri Dmitrich Gurov,
que por entonces pasaba una temporada en Yalta, empezó a tomar algún interés en
los acontecimientos que ocurrían. Sentado en el pabellón de Verney, vio
pasearse junto al mar a una señora joven, de pelo rubio y mediana estatura, que
llevaba una boina; un perrito blanco de Pomerania corría delante de ella.
Después la volvió a
encontrar en los jardines públicos y en la plaza varias veces. Caminaba sola,
llevando siempre la misma boina, y siempre con el mismo perrito; nadie sabía
quién era y todos la llamaban sencillamente «la señora del perrito».
«Si está aquí sola, sin su
marido o amigos, no estaría mal trabar amistad con ella», pensó Gurov.
La
dama del perrito, de Anton Chejov.
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