A través de las cortinas se
derramaba la luminosidad turbia de la mañana. Como de costumbre quiso arrebujarse
bajo el embozo para prolongar unos instantes más la somnolencia, pero enseguida
supo que no sería posible. El pensamiento de que el día que amanecía iba a ser
excepcional para él bastó para acabar de despabilarlo.
Poco después, mientras
buscaba las pantuflas en el suelo, tuvo la impresión de que su rostro aún
abotagado ostentaba una suerte de sonrisa irónica. Abandonaba el sueño para
incorporarse al trabajo en el Tabir Saray, el famoso organismo que se ocupaba
del dormir y de los sueños, cosa que habría bastado para provocar en cualquiera
que se encontrara en su lugar una especie muy particular de sonrisa. Sólo que
él estaba demasiado asustado para sonreír verdaderamente.
De la planta baja de la casa
ascendía el agradable olor del té y del pan recién tostado. Sabía que su madre
y su nodriza, ya vieja, lo esperaban con inquietud, así que se esforzó por
saludarlas con la mayor jovialidad.
—¡Buenos días, madre!
¡Buenos días, Loke!
—¡Buenos días, Mark-Alem,
¿cómo has dormido?
En los ojos de ambas se percibía un jugueteo mental
semejante al suyo, de algún modo vinculado con su nuevo trabajo. Quizá también
ellas, igual que él poco antes, habían dado en pensar que aquélla era la última
noche en que había podido disfrutar el sueño humano común y corriente. De ahora
en adelante, sin lugar a dudas, algo cambiaría.
Desayunó sin pensar en nada
concreto, a pesar de lo cual su angustia crecía por momentos. Volvió al primer
piso con intención de vestirse pero, en lugar de dirigirse directamente a su
dormitorio, entró en el gran salón. El tapiz azul celeste parecía poseer
cualidades tranquilizantes. Se acercó a la biblioteca y durante un rato (un
largo rato, lo mismo que la noche pasada ante la vitrina que hacía las veces de
botica) estuvo mirando los títulos de los libros. Después su mano derecha se
extendió para coger uno de los volúmenes, un pesado infolio encuadernado en
piel marrón oscura, casi negra. Hacía años que no abría la crónica de la
familia. En la portada, bajo las palabras Los
Qyprilli desde sus orígenes, una mano desconocida había escrito en francés:
Chronique.
El
palacio de los sueños, de Ismaíl Kadaré.
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