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miércoles, 27 de julio de 2016

Inteligencia intuitiva

“Si queremos mejorar la calidad de nuestras decisiones hemos de aceptar la naturaleza misteriosa de nuestros juicios instantáneos. Necesitamos aceptar que es posible saber sin saber por qué y que, a veces, éste es el mejor camino.”

Inteligencia intuitiva, de Malcolm Gladwell.

jueves, 14 de julio de 2016

miércoles, 13 de julio de 2016

Ayer no más

No tenía que haberme encontrado con mi padre en Santo Domingo. Desde que he vuelto es la primera vez que yo estaba allí a esa hora, por la mañana.

Lo de las siete y media y lo que me recordó Lisa ha despertado en mí sentimientos enfrentados y engañosos. Durante muchos años fue un pobre, pequeño, psicópata. Pero digo: fue, y eso es ya como un: casi no ha sido. Digo “pobre”, “pequeño”, y esas palabras, pobre, pequeño, ya no podrían hacernos daño a ninguno de nosotros, aunque durante tanto tiempo no fuese precisamente ni “pobre” ni “pequeño”, sino todo lo contrario.

Me ha impresionado la historia de sus amigos muertos, me ha conmovido. Las cosas buenas. Ya sólo quiero ver sus cosas buenas. Me persuado: es, ha sido, un buen hombre, no pudo ser de otra manera, tiene un buen fondo, me digo. Hablamos del fondo de las personas cuando lo más visible de ellas es aterrador. Él y yo nos hemos relacionado por la superficie. Como los pedernales. Y siempre han saltado chispas.

Le vi de lejos, caminaba echado hacia atrás, muy derecho, una mano en el bastón y otra en el bolsillo de la gabardina. La cabeza, su cabeza de león, levantada, mirando a uno y otro lado, como si revistara tropas. El bastón en su mano no parecía imprescindible, sino más bien algo suntuario, la vara de un mariscal. Como uno de sus soldados de plomo. No diría que venía feliz. Creo que nunca lo ha sido. Parecía satisfecho, eso sí, haciendo ostentación de una felicidad que nunca ha conocido.

Mi primera reacción fue pueril, como cuando era niño, le veía y si él no me había descubierto, me daba la vuelta y salía corriendo, por si me reñía, convencido de que encontraría algo reprobable en mí, no hecho a su gusto. Así que al avistarlo en Santo Domingo miré a todas partes con disimulo, tratando de encontrar el modo, el camino, el quiebro que me alejara de él.

Cuando quise darme cuenta, lo tenía encima, con la barbilla levantada, mirándome, juzgándome. Tan sorprendido como yo de haberse encontrado conmigo, como si yo fuese también para él un extraño que había aparecido en su mañana para estropeársela. Pero el extraño esa mañana no fui yo, bien lo íbamos a saber unos minutos después.

Andrés Trapiello

martes, 12 de julio de 2016

De los suspiros algo nace...

De los suspiros algo nace
que no es la pena, porque la he abatido
antes de la agonía;el espíritu crece
olvida y llora:
algo nace, se prueba y sabe bueno,
todo no podía ser desilusión:
tiene que hacer, Dios sea loado, una certeza,
si no de bien amar, al menos de no amar,
y esto es verdadero luego de la derrota permanente.

Después de esa lucha que los más débiles conocen
hay algo más que muerte;
olvida los grandes sufrimientos o seca las heridas,
él sufrirá por mucho tiempo
porque no se arrepiente de abandonar una mujer que espera
por su soldado sucio con saliva de palabras
que derraman una sangre tan ácida.

Si eso bastase, bastaría para calmar el sufrimiento,
arrepentirse cuando se ha consumido
el gozo que en el sol me hizo feliz,
qué feliz fui mientras duró el gozar,
si bastara la vaguedad y las mentiras dulces fueran suficiente,
las frases huecas podrían soportar todo el sufrimiento
y curarme de males.

Si eso bastase: hueso, sangre y nervio,
la mente retorcida, el lomo claramente formado,
que busca a tientas la sustancia bajo el plato del perro,
el hombre debería curarse de su mal.
Pues todo lo que existe para dar yo lo ofrezco:
unas migas, un granero y un cabestro.

Dylan Thomas




domingo, 10 de julio de 2016

La perla

Kino se despertó casi a oscuras. Las estrellas lucían aún y el día solamente había tendido un lienzo de luz en la parte baja del cielo, al este. Los gallos llevaban un rato cantando y los madrugadores cerdos ya empezaban su incesante búsqueda entre los leños y matojos para ver si algo comestible les había pasado hasta entonces inadvertido. Fuera de la casa edificada con haces de ramas, en el plantío de tunas, una bandada de pajarillos temblaban estremeciendo las alas.

Los ojos de Kino se abrieron, mirando primero al rectángulo de luz de la puerta, y luego a la cuna portátil donde dormía Coyotito. Por último volvió su cabeza hacia Juana, su mujer, que yacía a su lado en el jergón, cubriéndose con el chal azul la cara hasta la nariz, el pecho y parte de la espalda. Los ojos de Juana también estaban abiertos. Kino no recordaba haberlos visto nunca cerrados al despertar. Las estrellas se reflejaban muy pequeñas en aquellos ojos oscuros. Estaba mirándolo como lo miraba siempre al despertarse.

Kino escuchaba el suave romper de las olas mañaneras sobre la playa. Era muy agradable, y cerró, los ojos para escuchar su música. Tal vez sólo él hacía esto o puede que toda su gente lo hiciera. Su pueblo había tenido grandes hacedores de canciones capaces de convertir en canto cuanto veían, pensaban, hacían u oían. Esto era mucho tiempo atrás. Las canciones perduraban; Kino las conocía, pero sabía que no habían seguido otras nuevas. Esto no quiere decir que no hubiese canciones personales.

En la cabeza de Kino había una melodía' clara y suave, la habría llamado la Canción Familiar.

John Steinbeck

viernes, 8 de julio de 2016

No era la Muerte, pues yo estaba de pie...

No era la Muerte, pues yo estaba de pie
Y todos los muertos están acostados,
No era de noche, pues todas las campanas
Agitaban sus badajos a mediodía.

No había helada, pues en mi piel
Sentí sirocos reptar,
Ni había fuego, pues mis pies de mármol
Podían helar un santuario.

Y, sin embargo, se parecían a todas
Las figuras que yo había visto
Ordenadas para un entierro
Que rememoraba como el mío.

Como si mi vida fuera recortada
Y calzada en un marco
Y no pudiera respirar sin una llave
Y era como si fuera medianoche

Cuando todo lo que late se detiene
Y el espacio mira a su alrededor
La espeluznante helada, primer otoño que llora,
Repele la apaleada tierra.

Pero todo como el caos,
Interminable, insolente,
Sin esperanza, sin mástil
Ni siquiera un informe de la tierra
Para justificar la desesperación.

Emily Dickinson


miércoles, 6 de julio de 2016

El guardián entre el centeno

Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. El será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un «Jaguar», uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.

J.D. Salinger

domingo, 3 de julio de 2016

Cachitos

“El secreto para llegar es comenzar. El secreto para comenzar es romper las tareas demasiado grandes y sobrecogedoras en fragmentos más pequeños y manejables, y entonces empezar por el primero.”

Mark Twain 

viernes, 1 de julio de 2016

Txoria txori (Mikel Laboa)

https://www.youtube.com/watch?v=RtZXavurBcE

“Txoria txori”

Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen aldegingo.
Bainan, honela
ez zen gehiago txoria izango
eta nik...
txoria nuen maite.

“El pájaro pájaro”

Si le hubiera cortado las alas
sería mío
no se habría escapado.
Pero, así ya no sería pájaro
y yo…
amaba al pájaro.