ASÍ QUE después de
muchos años me encontré otra vez en casa. Estaba en la plaza principal (por la
que había pasado infinidad de veces de niño, de muchacho y de joven) y no
sentía emoción alguna; por el contrario, pensaba que aquella plaza llana, por
encima de cuyos tejados sobresale la torre del ayuntamiento (semejante a un
soldado con un antiguo casco), tiene el aspecto del patio de un cuartel y que
el pasado militar dé esta ciudad morava, que sirvió en tiempos de bastión
contra los ataques de húngaros y turcos, había marcado en su rostro un rasgo de
fealdad irrevocable.
La broma, de Milan Kundera.
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