Paseándose dos caballeros
estudiantes por las riberas de Tormes, hallaron en ellas, debajo de un árbol
durmiendo, a un muchacho de hasta edad de once años, vestido como labrador.
Mandaron a un criado que le despertase; despertó y preguntáronle de adónde era
y qué hacía durmiendo en aquella soledad. A lo cual el muchacho respondió que
el nombre de su tierra se le había olvidado, y que iba a la ciudad de Salamanca
a buscar un amo a quien servir, por sólo que le diese estudio. Preguntáronle si
sabía leer; respondió que sí, y escribir también.
—Desa manera -dijo uno de los caballeros—, no es por falta de memoria habérsete olvidado el nombre de tu patria.
—Sea por lo que fuere -respondió el muchacho—; que ni el della ni del de mis padres sabrá ninguno hasta que yo pueda honrarlos a ellos y a ella.
—Pues, ¿de qué suerte los piensas honrar? —preguntó el otro caballero.
—Con mis estudios -respondió el muchacho-, siendo famoso por ellos; porque yo he oído decir que de los hombres se hacen los obispos.
Esta respuesta movió a los dos caballeros a que le recibiesen y llevasen consigo, como lo hicieron, dándole estudio de la manera que se usa dar en aquella universidad a los criados que sirven. Dijo el muchacho que se llamaba Tomás Rodaja, de donde infirieron sus amos, por el nombre y por el vestido, que debía de ser hijo de algún labrador pobre. A pocos días le vistieron de negro, y a pocas semanas dio Tomás muestras de tener raro ingenio, sirviendo a sus amos con tanta fidelidad, puntualidad y diligencia que, con no faltar un punto a sus estudios, parecía que sólo se ocupaba en servirlos. Y, como el buen servir del siervo mueve la voluntad del señor a tratarle bien, ya Tomás Rodaja no era criado de sus amos, sino su compañero.
—Desa manera -dijo uno de los caballeros—, no es por falta de memoria habérsete olvidado el nombre de tu patria.
—Sea por lo que fuere -respondió el muchacho—; que ni el della ni del de mis padres sabrá ninguno hasta que yo pueda honrarlos a ellos y a ella.
—Pues, ¿de qué suerte los piensas honrar? —preguntó el otro caballero.
—Con mis estudios -respondió el muchacho-, siendo famoso por ellos; porque yo he oído decir que de los hombres se hacen los obispos.
Esta respuesta movió a los dos caballeros a que le recibiesen y llevasen consigo, como lo hicieron, dándole estudio de la manera que se usa dar en aquella universidad a los criados que sirven. Dijo el muchacho que se llamaba Tomás Rodaja, de donde infirieron sus amos, por el nombre y por el vestido, que debía de ser hijo de algún labrador pobre. A pocos días le vistieron de negro, y a pocas semanas dio Tomás muestras de tener raro ingenio, sirviendo a sus amos con tanta fidelidad, puntualidad y diligencia que, con no faltar un punto a sus estudios, parecía que sólo se ocupaba en servirlos. Y, como el buen servir del siervo mueve la voluntad del señor a tratarle bien, ya Tomás Rodaja no era criado de sus amos, sino su compañero.
El
licenciado Vidriera, de Miguel de Cervantes.
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