Cuando Brooks entró
en la celda, el otro ya estaba allí. Sentado al fondo en el jergón cabeceaba
hacia delante y hacia atrás, maldiciendo y murmurando algo que solo él entendía
o quería entender, ignorándole por completo. Los guardias habían registrado a
Brooks de arriba abajo y le habían ordenado que se quitase la corbata y los cordones,
‘más vale prevenir’, le habían dicho, ‘nunca se sabe’. Menos mal que Matteotti
era un abogado competente y conocía bien al alcaide y estaba al tanto de sus
caprichos. Solo de ese modo había conseguido que al menos le dejaran conservar
el traje, la pitillera y lo puesto, que hicieran la vista gorda. Brooks colgó
su chaqueta sobre la litera vacía y se desabotonó parte de la camisa. Hacía
calor allí dentro. La puerta de la celda se cerró a su espalda con un golpe
seco, dejándoles por primera vez a solas. Su compañero de celda seguía sin
levantar la cabeza, muy amistoso no parece, se dijo Brooks. Así que se olvidó
de él y apoyó la bolsa en la cama y se dedicó unos segundos a observar la
celda. No era tan fea como se la habían descrito o como él mismo la había imaginado.
Una cama a cada lado, un lavabo de aluminio al centro y a dos metros del suelo,
casi inalcanzable, una ventanita embarrotada que proyectaba un rectángulo de
luz exterior. Brooks dudó un instante. Luego se levantó hacia el recluso con la
mano tendida, ‘me llamo John Brooks’, le dijo, ‘me parece que estaremos una
temporadita juntos’. No quiso ser gracioso ni familiar, tampoco parecerlo. El
otro apenas si separó la vista unos centímetros de su antebrazo para mirarle de
soslayo, con ese desinterés con que los veteranos desprecian a los recién
llegados, a los que todavía no saben. Menos mal, pensó Brooks, menos mal que
solo serán dos meses, tres como mucho. Matteotti era un abogado lento pero
honesto y competente y la recusación llevaba sus trámites, sus papeleos, su
tiempo, le había dicho. Cuando la tarde anterior el juez leyó la sentencia y él
escuchó su nombre y la condena lenta, muy lentamente, en los labios del magistrado,
Matteotti le susurró al oído, ‘no se preocupe, es normal, cuando la gente se
cabrea y hay periodistas pasan estas cosas, un escarmiento, una fianza y listo,
saldrá sin problemas en unas semanas, casi mucho mejor así’. A pesar de ello, cuando
salieron de la sala, Brooks se enfadó mucho con su abogado y aunque Sonia
estaba delante, le insultó y le llamó pusilánime, ‘cómo es posible’, le preguntó,
‘cómo es posible después de todo el dinero que te he aflojado, mírame a la
cara, Matteotti, mírame, eres un jodido pusilánime’. En el fondo, Brooks solo
necesitaba desahogarse y Matteotti lo supo de inmediato, al fin y al cabo, era
una reacción normal, ‘tranquilícese’, le dijo, ‘solo serán tres meses y la ley
es la ley’.
Ignacio Ferrando
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