COLOCAS UN HUESO, puede que
un fémur de gigante, encima del mantel, hijo mío: a la hora de comer, a la hora
de cenar, a la hora triste y minuciosa del desayuno; colocas ese hueso con un
gesto casual que podría confundirse con la clemencia (tres hueso al cabo del
día, no sé si distintos); y luego te quedas ahí, arrimado al fogón, mirando en
el mantel el fémur del gigante, hijo: como ayunando con el hambre del otro;
igual que si trataras de llorar con ese llanto duro y amarillo, hueco por
dentro, que lo mismo tu madre que yo no habríamos sabido enseñarte nunca.
Las
buenas intenciones y otros cuentos, de Ángel Zapata.
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