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jueves, 16 de junio de 2016

Las mujeres

Anna se encuentra con su amiga Molly, un día del verano de 1957, después de una separación...

Las dos mujeres estaban solas en el piso londinense.

 —El caso es que —dijo Anna al volver su amiga de hablar por teléfono en el recibidor—, el caso es que por lo visto todo se está desmoronando.

Molly era una mujer adicta al teléfono. Cuando éste empezó a llamar acababa de preguntar: «Bueno, ¿qué me cuentas?». Y ahora volvía diciendo:

—Es Richard, que viene. Al parecer hoy es el único día libre que va a tener en todo el mes. Por lo menos eso es lo que dice.

—Pues yo no me voy —dijo Anna.

—No, tú te quedas donde estás.

Molly examinó su aspecto: llevaba pantalones y un jersey, ambas prendas bastante usadas.

—Tendrá que aceptarme como me encuentre —concluyó, y se sentó junto a la ventana—. No ha querido decir qué ocurre... Será otra crisis con Marion, supongo.

 —¿No te ha escrito?—preguntó Anna con cautela.

—Los dos, él y Marion, me han escrito cartas llenas de sencillez. Curioso, ¿verdad?

Este curioso, ¿verdad?, era como la contraseña que indicaba el tono confidencial de las conversaciones entre ellas dos. No obstante, después de haber dado la contraseña, Molly cambió el tono y añadió:

—Es inútil hablar ahora. Ha dicho que venía en seguida.

—Seguramente se marchará cuando vea que estoy yo —comentó Anna alegremente, aunque con cierto deje agresivo.

—Ah, y ¿por qué? —preguntó Molly, mirándola incisivamente.

Se había dado siempre por supuesto que Anna y Richard se desagradaban mutuamente; y, antes, Anna siempre se había marchado cuando Richard estaba por llegar. Aquel día Molly dijo:

—La verdad es que yo creo que le agradas bastante, en el fondo. Pero se ve obligado a estimarme a mí, por principio... ¡Es tan ridículo que las personas le gusten del todo o nada! Por eso, lo que no le agrada en mí te lo carga a ti.

Doris Lessing

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