Anna se encuentra con su
amiga Molly, un día del verano de 1957, después de una separación...
Las dos mujeres estaban
solas en el piso londinense.
—El caso es que —dijo Anna al volver su amiga
de hablar por teléfono en el recibidor—, el caso es que por lo visto todo se
está desmoronando.
Molly era una mujer adicta
al teléfono. Cuando éste empezó a llamar acababa de preguntar: «Bueno, ¿qué me
cuentas?». Y ahora volvía diciendo:
—Es Richard, que viene. Al
parecer hoy es el único día libre que va a tener en todo el mes. Por lo menos
eso es lo que dice.
—Pues yo no me voy —dijo
Anna.
—No, tú te quedas donde
estás.
Molly examinó su aspecto:
llevaba pantalones y un jersey, ambas prendas bastante usadas.
—Tendrá que aceptarme como
me encuentre —concluyó, y se sentó junto a la ventana—. No ha querido decir qué
ocurre... Será otra crisis con Marion, supongo.
—¿No te ha escrito?—preguntó Anna con cautela.
—Los dos, él y Marion, me
han escrito cartas llenas de sencillez. Curioso, ¿verdad?
Este curioso, ¿verdad?, era
como la contraseña que indicaba el tono confidencial de las conversaciones
entre ellas dos. No obstante, después de haber dado la contraseña, Molly cambió
el tono y añadió:
—Es inútil hablar ahora. Ha
dicho que venía en seguida.
—Seguramente se marchará
cuando vea que estoy yo —comentó Anna alegremente, aunque con cierto deje
agresivo.
—Ah, y ¿por qué? —preguntó
Molly, mirándola incisivamente.
Se había dado siempre por
supuesto que Anna y Richard se desagradaban mutuamente; y, antes, Anna siempre
se había marchado cuando Richard estaba por llegar. Aquel día Molly dijo:
—La verdad es que yo creo
que le agradas bastante, en el fondo. Pero se ve obligado a estimarme a mí, por
principio... ¡Es tan ridículo que las personas le gusten del todo o nada! Por
eso, lo que no le agrada en mí te lo carga a ti.
Doris Lessing
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