Páginas

sábado, 4 de junio de 2016

Sueños

Anoche soñé que visitaba a una hermana a la que no había visto durante varios años. Recorría su casa y advertía los cambios que el tiempo había traído: el nuevo suelo de la cocina, la sala pintada en un color distinto... Sería un sueño de lo más vulgar, torpemente doméstico, si no fuera por un par de detalles: uno, carezco de hermanas; dos, aquella mujer a quien anoche visité la conocía de antes. La recordaba de otros sueños, de otras madrugadas. Era mi hermana en el mundo dormido.

Cada día me parece advertir más claramente que hay un nexo que une las fantasías nocturnas, un hilván de memoria y de causalidad enhebrado entre los distintos sueños que nos van ocupando. Como si por las noches fuéramos otros y viviéramos, sin saberlo, una doble existencia. Y así, cuando el mundo se apaga quizá tengas otra profesión, otra edad, otra cara; quizá gastes un ojo de cristal o seas karateka. Puede que al otro lado de tus noches haya un gran amor, o una inmensa derrota. Y esa otra realidad también tiene su tiempo, se va desarrollando año tras año. Por eso anoche reconocí a mi hermana; y por eso cuando vi a su viejo gato ronroneando sobre el nuevo suelo de la cocina, recordé que el animal me había arañado años atrás, y que aún conservaba huellas de la herida. Miré en sueños mi mano y ahí estaba la cicatriz, un pequeño garabato sobre un dedo. La existencia nocturna también nos va marcando.

Quizá sea cierto, en fin, ese vértigo que todos intuimos en algún momento: que vivimos dos vidas paralelas, que al dormir nos adentramos en otro mundo y que nuestros días, lo que llamamos la realidad, no son sino el sueño de esa vida dormida. Yo, por si acaso, atisbo mis manos en todos los espejos que me cruzo, buscando, hasta ahora sin éxito, una leve cicatriz en la mano izquierda.

(16-11-91)

La vida desnuda, de Rosa Montero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario