Son muchos. Vienen a pie,
vienen riendo. Bajaron por Melchor Ocampo, la Reforma, Juárez, Cinco de Mayo,
muchachos y muchachas estudiantes que van del brazo en la manifestación con la
misma alegría con que hace apenas unos días iban a la feria; jóvenes
despreocupados que no saben que mañana, dentro de dos días, dentro de cuatro estarán
allí hinchándose bajo la lluvia, después de una feria en donde el centro del
tiro al blanco lo serán ellos, niños-blanco, niños que todo lo maravillan,
niños para quienes todos los días son día-de-fiesta, hasta que el dueño de la
barraca del tiro al blanco les dijo que se formaran así el uno junto al otro
como la tira de pollitos plateados que avanza en los juegos, click, click,
click, click y pasa a la altura de los ojos, ¡Apunten, fuego!, y se doblan para
atrás rozando la cortina de satín rojo. El dueño de la barraca les dio los
fusiles a los CUÍCOS, a los del ejército, y les ordenó que dispararan, que
dieran en el blanco y allí estaban los monitos plateados con el azoro en los
ojos, boquiabiertos ante el cañón de los fusiles. ¡Fuego! El relámpago verde de
una luz de bengala. ¡Fuego! Cayeron pero ya no se levantaban de golpe
impulsados por un resorte para que los volvieran a tirar al turno siguiente; la
mecánica de la feria era otra; los resortes no eran de alambre sino de sangre;
una sangre lenta y espesa que se encharcaba, sangre joven pisoteada en este
reventar de vidas por toda la Plaza de las Tres Culturas.
Elena Poniatowska
No hay comentarios:
Publicar un comentario