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lunes, 23 de mayo de 2016

Entreacto de cinco minutos

Tuve un amigo suizo, llamado Jacques Dingue, que vivía en Perú a 4000 metros de altura; había partido unos años atrás para explorar aquellas regiones, y allí sufrió la fascinación de una extraña india que le enloqueció por completo negándole sus favores. Se fue debilitando poco a poco y ni siquiera podía abandonar la cabaña donde se había instalado. Un doctor peruano, que le había acompañado hasta allí, le proporcionaba los cuidados para aliviar una esquizofrenia que consideraba incurable.

Una noche, una epidemia de gripe se abatió sobre la pequeña tribu de indios que albergaba a Jacques Dingue; enfermaron todos sin excepción y de doscientos indígenas, ciento sesenta y ocho murieron en pocos días; muy pronto el médico peruano regresó asustado a Lima. También mi amigo fue alcanzado por el terrible mal, e inmovilizado por la fiebre.

Todos los indios muertos poseían uno o varios perros, los cuales muy pronto no tuvieron otro recurso para vivir que comerse a sus dueños; devoraban los cadáveres y uno de ellos llevó a la choza de Dingue la cabeza de la india de la cual estaba enamorado… La reconoció instantáneamente y sintió sin duda una conmoción tan intensa que se sintió súbitamente curado de su locura y de su fiebre; recuperó las fuerzas, y entonces, cogiendo la cabeza de la mujer de la boca del perro, se divirtió lanzándola al otro lado de la habitación y ordenando al perro que se la trajera; tres veces recomenzó el juego, el perro le devolvía la cabeza cogiéndola por la nariz, pero a la tercera vez, como Jacques Dingue la había lanzado con más fuerza, se rompió contra la pared y, con gran alegría, el jugador de bolos pudo comprobar que el cerebro que apareció solo tenía una circunvolución ¡y parecía exactamente un par de nalgas!

Francis Picabia, en Antología del humor negro de André Breton.

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