Tuve un amigo suizo, llamado Jacques
Dingue, que vivía en Perú a 4000 metros de altura; había partido unos años
atrás para explorar aquellas regiones, y allí sufrió la fascinación de una
extraña india que le enloqueció por completo negándole sus favores. Se fue
debilitando poco a poco y ni siquiera podía abandonar la cabaña donde se había
instalado. Un doctor peruano, que le había acompañado hasta allí, le
proporcionaba los cuidados para aliviar una esquizofrenia que consideraba
incurable.
Una noche, una epidemia de gripe se abatió
sobre la pequeña tribu de indios que albergaba a Jacques Dingue; enfermaron
todos sin excepción y de doscientos indígenas, ciento sesenta y ocho murieron
en pocos días; muy pronto el médico peruano regresó asustado a Lima. También mi
amigo fue alcanzado por el terrible mal, e inmovilizado por la fiebre.
Todos los indios muertos poseían uno o
varios perros, los cuales muy pronto no tuvieron otro recurso para vivir que
comerse a sus dueños; devoraban los cadáveres y uno de ellos llevó a la choza
de Dingue la cabeza de la india de la cual estaba enamorado… La reconoció
instantáneamente y sintió sin duda una conmoción tan intensa que se sintió
súbitamente curado de su locura y de su fiebre; recuperó las fuerzas, y
entonces, cogiendo la cabeza de la mujer de la boca del perro, se divirtió
lanzándola al otro lado de la habitación y ordenando al perro que se la
trajera; tres veces recomenzó el juego, el perro le devolvía la cabeza
cogiéndola por la nariz, pero a la tercera vez, como Jacques Dingue la había
lanzado con más fuerza, se rompió contra la pared y, con gran alegría, el
jugador de bolos pudo comprobar que el cerebro que apareció solo tenía una
circunvolución ¡y parecía exactamente un par de nalgas!
Francis Picabia, en Antología del humor negro de André Breton.
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