No tenía que haberme
encontrado con mi padre en Santo Domingo. Desde que he vuelto es la primera vez
que yo estaba allí a esa hora, por la mañana.
Lo de las siete y media y lo
que me recordó Lisa ha despertado en mí sentimientos enfrentados y engañosos.
Durante muchos años fue un pobre, pequeño, psicópata. Pero digo: fue, y eso es
ya como un: casi no ha sido. Digo “pobre”, “pequeño”, y esas palabras, pobre,
pequeño, ya no podrían hacernos daño a ninguno de nosotros, aunque durante
tanto tiempo no fuese precisamente ni “pobre” ni “pequeño”, sino todo lo contrario.
Me ha impresionado la
historia de sus amigos muertos, me ha conmovido. Las cosas buenas. Ya sólo
quiero ver sus cosas buenas. Me persuado: es, ha sido, un buen hombre, no pudo
ser de otra manera, tiene un buen fondo, me digo. Hablamos del fondo de las
personas cuando lo más visible de ellas es aterrador. Él y yo nos hemos
relacionado por la superficie. Como los pedernales. Y siempre han saltado
chispas.
Le vi de lejos, caminaba
echado hacia atrás, muy derecho, una mano en el bastón y otra en el bolsillo de la gabardina. La
cabeza, su cabeza de león, levantada, mirando a uno y otro lado, como si
revistara tropas. El bastón en su mano no parecía imprescindible, sino más bien
algo suntuario, la vara de un mariscal. Como uno de sus soldados de plomo. No
diría que venía feliz. Creo que nunca lo ha sido. Parecía satisfecho, eso sí,
haciendo ostentación de una felicidad que nunca ha conocido.
Mi primera reacción fue
pueril, como cuando era niño, le veía y si él no me había descubierto, me daba
la vuelta y salía corriendo, por si me reñía, convencido de que encontraría
algo reprobable en mí, no hecho a su gusto. Así que al avistarlo en Santo
Domingo miré a todas partes con disimulo, tratando de encontrar el modo, el
camino, el quiebro que me alejara de él.
Cuando quise darme cuenta,
lo tenía encima, con la barbilla levantada, mirándome, juzgándome. Tan
sorprendido como yo de haberse encontrado conmigo, como si yo fuese también
para él un extraño que había aparecido en su mañana para estropeársela. Pero el
extraño esa mañana no fui yo, bien lo íbamos a saber unos minutos después.
Andrés Trapiello
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